
El Hospital Municipal, ese que durante décadas fue símbolo de integración regional y solidaridad profesional, hoy enfrenta su peor momento. Con una salud pública desbordada, aranceles impagables y un municipio endeudado, la crisis del sistema sanitario en Punilla ya no se puede disimular más. Y lo que duele aún más: nadie, fuera de La Falda, se hace verdaderamente cargo.
Hoy los vecinos se preparan para una audiencia pública no vinculante el 12 de mayo a las 18:00, convocada para anunciar —sin posibilidad de modificar— aumentos descomunales en las prestaciones médicas: bonos de hasta $30.000 por especialidades, $300.000 por endoscopías, $900.000 por cirugías y radiografías a $10.000. El ajuste no es técnico, es político. Y la salud, una vez más, se vuelve privilegio.
Pero este hospital no nació para eso. Nació como un proyecto colectivo. Lo recordó el Dr. Benjamín Malamud:
“Desde que el hospital nació, los profesionales de la salud que trabajábamos allí veníamos de distintos lugares. José María Calvo y Ernesto Medina eran de Valle Hermoso, José Garribia también. Enrique Laperié trajo la maternidad desde Villa Giardino. Luis Mondino residía en Huerta Grande. El Dr. Aimó vivía en Cruz Grande–Los Cocos. Yo viajaba desde Cosquín. De La Falda eran el director Reynaldo Cicarelli, José M. Herrou Baigorri, Julio Argentino Vivas, Carlos Santiá, Héctor Montoya… Después se mudó a Villa Giardino. Pero la diversidad de orígenes siempre fue mucho mayor.” (Publicado el 24 de mayo de 2014 en Ecos de Punilla.)
Ese testimonio resume algo esencial: el hospital de La Falda siempre fue el hospital de todos. No hay localidad del centro-norte de Punilla que no haya aportado médicos, pacientes, saberes y recursos humanos.
Entonces, la pregunta que resuena con fuerza es:
¿Dónde están hoy los municipios vecinos? ¿Dónde está la ayuda concreta para sostener un hospital que todos usan, pero que solo La Falda paga?
En vez de aportar fondos, muchos intendentes prefieren enviar cartas al Gobernador Martín Llaryora. Pero los vecinos no necesitan gestos: necesitan medicamentos, insumos, salarios dignos y cirugías accesibles.
Mientras los pueblos cercanos organizan festivales, el hospital cae. Mientras los políticos piden paciencia, los vecinos organizan colectas. Y mientras la salud se convierte en negocio, la dignidad se escapa por la puerta trasera de un sistema que fue público y ahora se privatiza en silencio.
Porque cuando un hospital se arrodilla, no lo hace solo por falta de plata: lo hace por falta de voluntad política y memoria colectiva.
Te invitamos a leer este valioso testimonio histórico sobre los orígenes regionales del equipo médico del Hospital de La Falda: ECOS DE PUNILLA
